14/11/06

Un compromiso de todos

En Italia las pequeñas y medianas empresas (pymes) son responsables del 70% de las exportaciones; en la Argentina, del 10%. Pero el gobierno italiano no sólo las apoya para que vendan al exterior, sino que estimula su creación en ciertas zonas del país para combatir el desempleo y evitar la emigración. La Argentina enfrenta problemas similares, por lo que conviene estudiar esta experiencia. En el país europeo, durante los veinticinco años siguientes a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, cuatro millones de habitantes del Sur emigraron al Norte. Para evitarlo, el gobierno había realizado grandes aportes financieros impulsando la instalación, en esos territorios, de gigantescas plantas siderúrgicas, de industrias químicas, de astilleros y automóviles, pero muchas de ellas cerraron por ser poco competitivas. El ingenio popular italiano las bautizó como "catedrales en el desierto". En vista del fracaso, en el año 1986 se dictó una ley destinada a alentar a jóvenes para que crearan empresas allí que comprendía subsidios y préstamos blandos para la formación del capital y para programas de entrenamiento. Una clara medida del éxito ha sido que, para inicios de este siglo, a pesar de que en el Norte había una aguda escasez de trabajadores, ya no llegaron emigrantes desde el Sur. En la Argentina la distribución geográfica de las pymes es desigual: en la Capital Federal se cuenta una por cada 122 habitantes; en Santiago del Estero, una por cada 2645. Cuando la actividad privada no absorbe toda la oferta de trabajo, quienes no logran ubicarse no tienen muchas más alternativas que lograr un puesto en la administración pública o emigrar a otras zonas del país en busca de oportunidades. Una de las consecuencias de este fenómeno puede verse en los barrios marginales de muchas de nuestras ciudades. También en nuestro país hubo un intento de crear empleo en ciertas provincias, otorgando beneficios fiscales a las firmas que se instalaran. Lamentablemente los resultados no justificaron el esfuerzo, pues muchas empresas no permanecieron radicadas según el compromiso asumido. El ingenio popular habló entonces de "fábricas con rueditas". Pero el fracaso no se debió sólo a la torpe ejecución de esta política, sino a una concepción errónea. El mejor camino para crear fuentes de trabajo donde el desempleo es elevado no está, como lo ha demostrado la experiencia italiana, en estimular la instalación de grandes firmas sino en impulsar el desarrollo local de muchos pequeños y medianos emprendimientos. Lograr este objetivo debe ser el resultado de un esfuerzo de todos nosotros, de la comunidad, y no sólo del Gobierno. Así sucede en otros países, como en Canadá, donde existe una sociedad sin fines de lucro compuesta por 12.400 ejecutivos retirados con experiencia empresaria que ofrece asistencia a empresas en proceso de formación.

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